Una vida normal, un libro extraordinario
Imagina una biblioteca única en tu hogar. Una donde cada estante alberga los relatos de vida de todos tus antepasados. Cada libro es una historia de vida de uno de tus ancestros. En cada página, podrás descubrir la sabiduría y el coraje que fluyen por tus venas, conectándote con el legado infinito de tu historia familiar. ¿Te imaginas contar con ese tesoro?.
Y, es que no existen historias de vida sin valor. Cada una de ellas es un universo único, lleno de aprendizajes, afectos, decisiones, pérdidas y logros. Por eso, cada vida merece ser contada, reconocida y preservada.
Con motivo del Día del Libro, queremos detenernos a pensar en aquellos libros que aún no están en las estanterías, pero que existen en la memoria de millones de personas. Libros de vida que, cuando se escriben, no solo nos ayudan a honrar a quienes los protagonizan, sino que también permiten iluminar el presente y orientar el futuro colectivo.
Contar la vida: un acto de significado cuando el tiempo pasa
A Pedro, que fue chófer de autobús durante más de 40 años, le ayudó mucho recordar sus rutas, las canciones que ponía mientras conducía, los pasajeros habituales. “Me di cuenta de que mi trabajo fue importante para mucha gente. Que también cuidaba, pero desde el volante”.
Contar lo que uno ha vivido permite ordenar la experiencia, resignificar momentos difíciles, celebrar los logros y afrontar con mayor serenidad los desafíos del envejecimiento. En esa etapa en que muchas cosas cambian, narrar se convierte en una forma de reafirmar la identidad de la persona.
Como dice Rosa Montero: “La memoria no es lo que pasó, sino lo que queda de lo que pasó, y lo que escribimos es una forma de rescatarlo”.
Numerosos estudios muestran que la revisión vital y la escritura de libros de vida tienen efectos positivos en la salud emocional y la calidad de vida de las personas mayores. Ayudan a fortalecer la autoestima, reducen síntomas depresivos y fomentan una evaluación más positiva del propio recorrido (Aquino et al., 2017; Al-Ghafri et al., 2024). Además, permiten reconectar con el propósito y el sentido, dos dimensiones esenciales del bienestar en la última etapa de la vida.
En definitiva, escribir las historias de vida ayuda a reconectar con lo que da sentido a las vidas de las personas y, eso, en sí mismo es un acto lleno de significado.
El legado como puente entre generaciones
Cuando Pilar escribió una carta para sus nietos dentro de su libro de vida, les habló de la primera vez que votó, de cómo aprendió a leer a escondidas porque su padre no creía que fuera necesario para una mujer. “Quiero que sepan de dónde venimos. Que no den por hecho lo que costó conseguir”.
Ese es el valor del legado. No hablamos solo de lo que se deja cuando uno ya no está, sino de lo que se transmite, se comparte y se inspira mientras se vive. Experiencias, valores, enseñanzas, consejos, recuerdos: todo eso forma parte de un legado que puede marcar la vida de hijas, nietos, amistades o personas cuidadoras.
Y es lo que plantea Erikson con su concepto de generatividad (1950). La necesidad de cuidar y guiar a las nuevas generaciones. Narrar la vida, especialmente en un libro de vida, permite a las personas mayores sentirse parte activa de una historia mayor, contribuir a la construcción de sentido colectivo y fortalecer los vínculos intergeneracionales.
Escribir para resistir al olvido
Este Día del Libro no pensemos solo en lo que vamos a leer. Pensemos también en lo que podemos ayudar a escribir. En las historias que merecen ser contadas. En la huella que queremos dejar.
En una sociedad que, a veces, puede discriminar a las personas mayores; escuchar y valorar las historias de quienes nos precedieron es una forma de resistencia frente al olvido. Porque cada relato tiene el poder de conectar generaciones, de transmitir sabiduría, de inspirar caminos nuevos.
Y tú, ¿Qué historia vas a escribir?