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El modelo residencial está cambiando. Las nuevas normativas impulsadas en los últimos años, junto con la creciente conciencia social sobre la dignidad y el bienestar de las personas mayores, han abierto paso a una transformación profunda en la forma de cuidar.

En el centro de ese cambio aparecen las Unidades de Convivencia: pequeños hogares dentro de las residencias que devuelven a las personas su identidad, su autonomía y el sentimiento de pertenencia.

Más que una obligación normativa, son una oportunidad real para construir entornos de vida más humanos, donde cuidar signifique acompañar y donde cada persona pueda seguir siendo quien es. En este artículo te contamos su alcance desde tres perspectivas: normativa, humana y organizativa.

Nuevo marco normativo para una atención más humana

Imaginemos una residencia donde 15 personas conviven en un espacio cálido, comparten una cocina, decoran juntos su salón y se conocen por su nombre. Esta imagen, que hasta hace poco sonaba utópica, es hoy una apuesta regulada y tangible.

La nueva normativa estatal sobre residencias de mayores, junto con regulaciones autonómicas, han dado un paso decisivo para impulsar un modelo más cercano, humano y centrado en la persona. Entre sus medidas más significativas está la creación de las Unidades de Convivencia, que limitan el número de plazas (entre 15 y 25 personas según la CCAA)) para favorecer relaciones reales y un ambiente familiar.

Pero el cambio va más allá del cumplimiento legal y de la creación de nuevos espacios físicos: representa un proceso de “hogarización” que rompe con la frialdad del modelo institucional para recuperar el sentido de hogar, intimidad y vínculo.

Humanizar significa devolver el sentido de hogar, preservar la identidad y respetar la capacidad de decidir 

Hablar de hogar es hablar de identidad, de historia y de refugio. En una Unidad de Convivencia, cada detalle (una fotografía, una planta, una receta compartida) ayuda a que la vida siga teniendo sentido.

Los grandes comedores impersonales dejan paso a espacios pequeños, hogareños y luminosos, decorados con objetos significativos y abiertos a la vida cotidiana. Las cocinas se usan, los salones se habitan, las puertas tienen nombre y cada habitación refleja la historia de quien la ocupa. Y los vínculos también se cuidan: los familiares pueden visitar, compartir tiempo y sentirse parte de la vida diaria en las Unidades de Convivencia.

Pero no se trata solo de rediseñar espacios: también cambia la forma de acompañar.

Los profesionales dejan de ser ejecutores de tareas asistenciales para convertirse en facilitadores de autonomía, vínculos y decisiones compartidas. Cada persona cuenta con un Proyecto de Vida y un Plan de Apoyos que guían su día a día, respetando horarios, costumbres y elecciones personales.

Como profundizamos en “Cuando cuidar es escuchar: claves del modelo de Atención Centrada en la Persona”, escuchar es el punto de partida para construir hogares que realmente se adapten a las personas, y no al revés.

En este modelo, las actividades cotidianas (cocinar, poner la mesa, regar las plantas, conversar) dejan de ser simples rutinas: se convierten en actos de participación y bienestar, la base sobre la que se construye la vida con sentido.

Una nueva cultura organizativa para cuidar mejor

Crear Unidades de Convivencia no es solo levantar paredes nuevas, sino derribar viejas estructuras. Implica transformar la organización, los roles y las relaciones dentro del centro.

Los equipos se vuelven más estables, polivalentes y horizontales, con comunicación fluida y una figura clave: el Profesional de Referencia, que acompaña a cada persona y su familia asegurando coherencia entre los apoyos y su proyecto vital.

Tal como explicábamos en “El profesional de referencia: una figura clave para humanizar los cuidados”, esta figura es el puente entre la persona, la familia y el equipo.

Este cambio requiere liderazgo, formación y compromiso, pero sus beneficios son evidentes:

  1. Mejora el clima laboral y el bienestar de los equipos.
  2. Fortalece la relación con las familias.
  3. Aumenta la calidad de vida de las personas mayores.

Las evidencias científicas lo confirman: los entornos hogareños reducen el uso de fármacos y sujeciones, disminuyen la agitación y mejoran el bienestar emocional y social. Además, abrir la residencia a la comunidad (invitando a vecinos, asociaciones y recursos locales) convierte el cuidado en un proyecto compartido y con sentido.

La residencia deja de ser un espacio cerrado para transformarse en un hogar abierto, integrado y vivo.

Hacia un futuro más cercano en los cuidados

Las Unidades de Convivencia representan un cambio profundo: de la institución al hogar, de la norma al sentido, del cuidado a la vida compartida. Nos invitan a repensar cómo queremos cuidar y ser cuidados, reconociendo que el bienestar no depende solo de la atención sanitaria, sino de algo mucho más esencial: sentirse en casa.

En Envita, acompañamos a centros y equipos en este proceso, ofreciendo formación, metodología y herramientas que hacen posible cuidar desde la vida cotidiana. Creemos que la verdadera transformación no se construye con planos, sino con escucha, acompañamiento y compromiso.

Porque cuidar bien no es solo atender, sino acompañar para que cada persona pueda seguir siendo quien es. Una reflexión que también exploramos en “Vidas con sentido: ¿qué me da alegría hoy?”, donde hablamos del poder de los pequeños gestos para mantener viva la alegría y el propósito en la vida cotidiana.

En Envita acompañamos a residencias y centros de día en la implementación real de la Atención Centrada en la Persona a través de nuestro Modelo Modelo ACP+® que ofrece pautas claras y formación práctica para organizar y dar vida a las Unidades de Convivencia. ¿Hablamos? contacto@envita.es

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